jueves, 20 de febrero de 2025

La Coit Tower en San Francisco y Lombard Street

Nos acercábamos al final de nuestro viaje por California y nos habíamos reservado San Francisco para los últimos días. La ciudad es muy extensa y el transporte público no es precisamente lo mejor de E.E.U.U. de modo que conservamos el coche de alquiler un día extra para recorrer la Scenic 49 Mile Drive, una ruta circular desde la que es posible apreciar un gran número de atracciones. Ya tendríamos tiempo más delante para subir a los tranvías turísticos y patear la ciudad.




Con nuestras ansias por aprovechar la jornada, nos acercamos a la Coit Tower demasiado temprano. El mirador no abriría hasta un poco más tarde, de modo que nos dimos una vuelta por los frescos pintados en la planta baja, apreciamos las vistas de la ciudad y nos dirigimos a Lombard Street, una de las calles más famosas por aparecer en infinidad de películas.








Los murales fueron pintados en 1934 por un grupo de 26 artistas de diversas procedencias que fueron empleados por el Public Works of Art Project. Nos muestran cómo era la vida en California durante los difíciles años de la Gran Depresión y algunos de ellos fueron censurados por no adaptar sus ideales políticos a los imperantes en la época.








La parte más famosa de Lombard Street, que es una calle muy larga, consiste en ocho curvas que de forma sinuosa salvan un desnivel de 27 metros. Según la Wikipedia, 250 coches transitan por ella cada hora, mientras que dos millones de turistas la visitan al año.






Ya de vuelta en la Coit Tower, descubrimos que se llama así en honor de la acaudalada señora que donó los fondos para su construcción: Lillie Hitchcock Coit. Fue erigida en 1933, cuatro años después del fallecimiento de su promotora, causando más polémicas. Según algunos, la forma alargada del monumento se parecía demasiado a una maguera anti incendios cuando Ms Hitchcok había estado muy relacionada con el cuerpo de bomberos durante gran parte de su vida. Otros pensaban que no cumplía con la última voluntad de esta señora, que había donado un tercio de su herencia para embellecer la ciudad que tanto amó Tampoco faltaban los que argüían su conocida aversión por las torres.




Fue diseñada por el reputado arquitecto Arthur Brown Jr. sobre una de las aproximadamente 42 colinas de San Francisco, llamada Loma Alta por los españoles cuando alrededor de 1930 San Francisco era apenas un pueblo conocido como Yerba Buena. El nombre mutó a Telegraph Hill porque en 1850 había aquí un semáforo que alertaba a los habitantes de la llegada de los barcos. La torre tiene casi 57 metros de alto y se asienta sobre una base rectangular que añade otros diez metros escasos. Todo esto viene en el estupendo catálogo que compré a la salida, que describe además la historia tras los famosos murales.




En cuanto a los murales, que ocupan la nada despreciable superficie de 1.125 metros cuadrados y de los que os traigo otra tanda de fotos, me quedo con las palabras de Linda Banks Downs en el prólogo: En este siglo XXI, cuando los viajes tienden a coleccionar ciudades y países sin entender sus diversas culturas e historias, estos murales reflejan las tensiones reales del arte y la vida que despiertan el pensamiento, el análisis y la visión, y son un texto placentero y desafiante en el que leer el pasado.








Cientos de miles de visitantes suben cada año en el ascensor para disfrutar de las amplias vistas de San Francisco y la Bahía.













San Francisco me fascinó y me horrorizó a partes iguales ya en 2015. Me mostró el mejor lado del progreso junto al drama de un capitalismo exacerbado que genera unas diferencias abismales que no deberían existir en este siglo. No parece que la situación haya mejorado desde entonces.

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