Este maravilloso escenario natural que es la Bahía de Ha Long, se presta a todo tipo de leyendas, una de las cuales, copiada literalmente de la Wikipedia, dice así: “Hace mucho tiempo, cuando los vietnamitas luchaban contra los invasores chinos provenientes del mar, el emperador de Jade envió una familia de dragones celestiales para ayudarles a defender su tierra. Estos dragones escupían joyas y jade. Las joyas se convirtieron en las islas e islotes de la bahía, uniéndose para formar una gran muralla frente a los invasores, y de ese modo lograron hundir los navíos enemigos. Tras proteger su tierra formaron el país conocido como Vietnam. Ha Long significa «dragón descendente».”
En otras entradas, aquí y aquí, os he hablado de la bahía y de sus formaciones rocosas, de modo que hoy nos centramos en una visita que hicimos a una granja de perlas cultivadas. Aquella mañana nos levantamos a tiempo de ver un amanecer cubierto de nubes, pero no por ello decayó nuestro ánimo.
No es que las perlas me interesen especialmente, sobre todo cuando no distingo entre las diferentes calidades ni voy con la intención de comprar; me parece más bien un lugar de esos que atrapan turistas, pero al menos las explicaciones fueron interesantes y pude conocer todo el proceso de primera mano. Está bien para vivirlo una vez en la vida, por mucho que no justifique hacer un viaje para ver algo así.
Hay otros lugares en el mundo donde se pueden encontrar este tipo de perlas, pero la ventaja de Vietnam es su bajo precio, motivado principalmente por lo barato de la mano de obra. Parece que el hecho de que las cultiven en agua salada también influye en el acabado de las perlas, que suelen ser de mejor calidad que las de agua dulce. No obstante, a mí me genera muchas dudas y siempre evito este tipo de recuerdos.
Han compartimentado una parte de la bahía, colocando redes donde crían las diferentes variedades de ostras, porque lejos de ser un procedimiento natural, en las granjas perlíferas hay mucha intervención humana.
Para ayudar al crecimiento de la perla, se implanta una bola – un núcleo de nácar – a modo de grano junto con células de la propia ostra, de forma que el animal, a modo de defensa, las va cubriendo capa a capa. Después, las conchas son limpiadas regularmente para prevenir la aparición de enfermedades, al tiempo que se van clasificando según la evolución que vayan teniendo.
Pasados varios años, normalmente tres, las perlas están listas para ser recolectadas, aunque no todas las otras desarrollan una. Bueno, al menos eso es lo que nos dicen, pero sospecho que con tanto control como tienen ya han desechado las que no producen.
La calidad del producto final depende de varios factores, no solo del tamaño, sino de su limpieza, del brillo, de la forma o el color. En la misma granja hay una tienda en la que hacer compras si se quiere.
Como podéis imaginar, mi interés por la famosa bahía era bien distinto.