lunes, 17 de febrero de 2020

Eslovenia IX - Vintgar Gorje

Lo primero que pensé al ver este nombre es que había una errata, ya que garganta en inglés se escribe gorge. Investigando, descubrí que Vintgar significa lo mismo, pero en esloveno, y que Zgornje Gorje era el nombre de la localidad junto a la que se ubica. Misterio resuelto, pues. También es conocida como Blejski Vintgar o garganta de Bled.




De Eslovenia ya os he hablado otras veces, pero para los nuevos, os aclaro que estamos en la Semana Santa de 2009, en uno de los países más verdes de Europa, pero que todavía estaba saliendo del invierno. Las aguas pertenecen al río Radovna, que excava aquí un cañón de 1,6 km de largo.





Las paredes varían en altura, de 50 a 100 metros, así como en anchura, y aunque en general el cañón es bastante amplio a veces parece que vayan a tocarse.





El río baja con prisa, formando rápidos y pequeños saltos de agua que se alternan con piscinas y pozas de aguas transparentes.







Fue descubierta en 1891 por Jakob Žumer y Benedikt Lergetporer. Poco después se instalaron las primeras pasarelas y puentes de madera para la observación y se abrió al público el 26 de agosto de 1893. El sendero es muy fácil de recorrer.




Es temporada baja y camino solo la mayor parte del tiempo, lo que me permite disfrutar del silencio, alterado tan solo por los sonidos propios del bosque y del correr del agua.




La garganta termina en la cascada Šum, de 13 metros de altura y cuyo nombre significa, literalmente, cascada ruidosa, justo bajo un puente para las vías del tren (Wikipedia). Al fondo tenemos los maravillosos Alpes Julianos.




Llegados a este punto, solo me queda deshacer el camino recorrido y volver al aparcamiento.



Creo que termino todas las entradas sobre Eslovenia de la misma forma, recomendando la visita a este precioso país.

miércoles, 5 de febrero de 2020

Australia IX – Lake Elizabeth y Stevenson's Falls

Almorzamos cerca de Lorne, en un sitio en medio de un bosque donde probé una buena cerveza y pusimos rumbo hacia el lago Elizabeth por una carretera flanqueada por eucaliptus y helechos enormes, porque la vegetación en esta parte de Australia es densa y de unas proporciones gigantescas.




Habíamos contratado una excursión que tendría lugar al atardecer, pero aprovechamos que estábamos por la zona para acercarnos al lago y estudiar un poco el entorno con el objetivo de estar mejor preparados y saber qué nos íbamos a encontrar.




Caminamos pues, por un sendero hasta el lago en cuestión. No es que sea muy empinado, pero alguna subidita sí que tiene. Teniendo cuidado con las serpientes, estuvimos fotografiando los desproporcionados helechos que nos íbamos encontrando.




Llegamos a un embarcadero de madera en el que descansaban un par de piraguas. Algunos árboles muertos adornaban el centro de un lago que pretendíamos circunvalar, algo a lo que renunciamos después de consultar el reloj, contentándonos en cambio con sacar fotos desde allí.




Cumplido el objetivo de comprobar cómo iba a ser nuestra excursión vespertina, regresamos y, después de ver que nos daba tiempo, nos acercamos a las Stevenson Falls, recorriendo un sendero de apenas 500m en el que no hay desniveles.



Aún nos quedaban un par de horas, así que aprovechamos para cenar, porque en Australia los restaurantes cierran pronto, especialmente en temporada baja, y no queríamos irnos a dormir con el estómago vacío.

Nuestro guía llegó un poco tarde, y por alguna razón no congeniamos demasiado. No es que pasara nada, pero yo noto esas situaciones que sin motivo aparente tensan el ambiente. Tampoco ayudaba que el resto de los excursionistas fueran de una familia australiana que apenas nos saludó. En honor del guía hay que decir que hizo su trabajo de forma completamente profesional, porque la razón de la excursión no era otra que ir a ver ornitorrincos.


Volvimos a recorrer el mismo camino que habíamos hecho esa tarde, y alcanzamos las canoas que fueron atadas en paralelo para que el guía las pudiera impulsar a la vez.


En numerosas ocasiones, los ornitorrincos son descritos como fósiles vivientes debido a su ancestral linaje, que se remonta a hace 100.000 años y a su extraña apariencia entre ave, reptil y mamífero que llevó a los primeros científicos a pensar que se trataba de un fraude.


Tienen pelo, son de sangre caliente y dan de mamar a unas crías que nacen de huevos. Sus patas son palmeadas y pesan entre 700 y 2.400 gramos, alcanzando el medio metro de largo. En Australia los podemos encontrar en la parte este del país, en Tasmania y en otras islas como son las de King y Kangaroo, donde fueron reintroducidos.

Se alimentan en el agua de insectos, larvas, gusanos, cangrejos, especialmente cuando el sol está cerca del horizonte, porque descansan unas sorprendentes 17 horas al día. Cierran ojos y oídos a bucear, por lo que encuentran a sus presas gracias a un sexto sentido, utilizando electro-receptores localizados en la superficie de su sensible pico.


Aunque pueden permanecer once minutos bajo el agua, lo normal es que salgan a la superficie para respirar mucho más a menudo. Son animales solitarios que almacenan grasa en sus colas para utilizarla como reserva. Para completar la imagen de este animal tan extraño, queda añadir que es de los pocos mamíferos venenosos que existen.


Son más activos al amanecer y al atardecer, siendo ese el motivo de hacer la excursión durante el ocaso. El paisaje, tan luminoso apenas unas horas antes se volvió más y más oscuro con rapidez. Por lo visto hay ocho ornitorrincos en el lago, de los cuales vimos bastantes, pero lo cierto es que hay que echarle bastante imaginación, porque más que ver al animal en sí, se aprecian las ondas en el agua cuando estos emergen a la superficie.


Se los ve muy lejos, en un momento del día en el que la luz escasea y desde una piragua en movimiento. Para colmo. Los ornitorrincos son muy pequeños y también se mueven lo suyo, así que estas fotos tan horrorosas en realidad son un milagro. Creo que hasta ahora nunca le había exigido tanto a mi cámara.



No sé muy bien qué esperaba ver. Está claro que esto no es un zoológico, sino su hábitat natural y que es la única manera de ver a estos animales tan tímidos sin interferir en sus vidas. Lo comprendo y me alegro de haber vivido esta experiencia, pero no pude evitar sentirme un poco decepcionado. Tiempo tendré, espero, de observarlos más de cerca en un acuario. Quizás entonces pueda fotografiarlos en mejores condiciones.


Es importante, por lo tanto, que si alguna vez os encontráis en la tesitura de hacer una excusión como esta, seáis conscientes de lo que os vais a encontrar. La vida salvaje es así, y si deseamos respetarla a veces hay que conformarse con menos.