Almorzamos cerca de Lorne, en un sitio en medio de un bosque donde probé una buena cerveza y pusimos rumbo hacia el lago Elizabeth
por una carretera flanqueada por eucaliptus y helechos enormes, porque la vegetación
en esta parte de Australia es densa y de unas proporciones gigantescas.
Habíamos contratado una excursión que tendría lugar al atardecer, pero aprovechamos que estábamos por la zona para acercarnos al lago
y estudiar un poco el entorno con el objetivo de estar mejor preparados y saber
qué nos íbamos a encontrar.
Caminamos pues, por un sendero hasta el lago en
cuestión. No es que sea muy empinado, pero alguna subidita sí que tiene.
Teniendo cuidado con las serpientes, estuvimos fotografiando los desproporcionados
helechos que nos íbamos encontrando.
Llegamos a un embarcadero de madera en el que descansaban un par de piraguas. Algunos árboles muertos adornaban el centro de
un lago que pretendíamos circunvalar, algo a lo que renunciamos después de
consultar el reloj, contentándonos en cambio con sacar fotos desde allí.
Cumplido el objetivo de comprobar cómo iba a ser
nuestra excursión vespertina, regresamos y, después de ver que nos daba tiempo,
nos acercamos a las Stevenson Falls, recorriendo un sendero de apenas 500m en
el que no hay desniveles.
Aún nos quedaban un par de horas, así que aprovechamos para cenar, porque en Australia los restaurantes cierran pronto, especialmente
en temporada baja, y no queríamos irnos a dormir con el estómago vacío.
Nuestro guía llegó un poco tarde, y por alguna razón
no congeniamos demasiado. No es que pasara nada, pero yo noto esas situaciones
que sin motivo aparente tensan el ambiente. Tampoco ayudaba que el resto de los
excursionistas fueran de una familia australiana que apenas nos saludó. En
honor del guía hay que decir que hizo su trabajo de forma completamente
profesional, porque la razón de la excursión no era otra que ir a ver ornitorrincos.
Volvimos a recorrer el mismo camino que habíamos hecho esa tarde, y alcanzamos las canoas que fueron atadas en paralelo para que el
guía las pudiera impulsar a la vez.
En numerosas ocasiones, los ornitorrincos son
descritos como fósiles vivientes debido a su ancestral linaje, que se remonta a
hace 100.000 años y a su extraña apariencia entre ave, reptil y mamífero que
llevó a los primeros científicos a pensar que se trataba de un fraude.
Tienen pelo, son de sangre caliente y dan de mamar a
unas crías que nacen de huevos. Sus patas son palmeadas y pesan entre 700 y
2.400 gramos, alcanzando el medio metro de largo. En Australia los podemos
encontrar en la parte este del país, en Tasmania y en otras islas como son las
de King y Kangaroo, donde fueron reintroducidos.
Se alimentan en el agua de insectos, larvas, gusanos, cangrejos,
especialmente cuando el sol está cerca del horizonte, porque descansan unas
sorprendentes 17 horas al día. Cierran ojos y oídos a bucear, por lo que
encuentran a sus presas gracias a un sexto sentido, utilizando electro-receptores
localizados en la superficie de su sensible pico.
Aunque pueden permanecer once minutos bajo el agua, lo normal es que salgan a la superficie para respirar mucho más a menudo. Son
animales solitarios que almacenan grasa en sus colas para utilizarla como
reserva. Para completar la imagen de este animal tan extraño, queda añadir que
es de los pocos mamíferos venenosos que existen.
Son más activos al amanecer y al atardecer, siendo ese
el motivo de hacer la excursión durante el ocaso. El paisaje, tan luminoso
apenas unas horas antes se volvió más y más oscuro con rapidez. Por lo visto
hay ocho ornitorrincos en el lago, de los cuales vimos bastantes, pero lo cierto
es que hay que echarle bastante imaginación, porque más que ver al animal en
sí, se aprecian las ondas en el agua cuando estos emergen a la superficie.
Se los ve muy lejos, en un momento del día en el que
la luz escasea y desde una piragua en movimiento. Para colmo. Los ornitorrincos
son muy pequeños y también se mueven lo suyo, así que estas fotos tan
horrorosas en realidad son un milagro. Creo que hasta ahora nunca le había
exigido tanto a mi cámara.
No sé muy bien qué esperaba ver. Está claro que esto
no es un zoológico, sino su hábitat natural y que es la única manera de ver a
estos animales tan tímidos sin interferir en sus vidas. Lo comprendo y me
alegro de haber vivido esta experiencia, pero no pude evitar sentirme un poco
decepcionado. Tiempo tendré, espero, de observarlos más de cerca en un acuario.
Quizás entonces pueda fotografiarlos en mejores condiciones.
Es importante, por lo tanto, que si alguna vez os
encontráis en la tesitura de hacer una excusión como esta, seáis conscientes de
lo que os vais a encontrar. La vida salvaje es así, y si deseamos respetarla a
veces hay que conformarse con menos.