martes, 23 de febrero de 2021

Kenia VII - Guepardos en Buffalo Springs

Era mi segundo día en Buffalo Springs y mientras almorzaba me habían anunciado que esa tarde compartiría safari con otras tres personas que resultaron ser una familia de daneses. Aparecieron puntualmente con sus prismáticos, y al ver mis teleobjetivos me preguntaron si vendía las fotos. Les dije que no, y que si me daban una dirección de correo electrónico se las enviaría gratis. Eran bien simpáticos y muy educados.



Todos los animales son interesantes de ver, pero tratándose de safaris los depredadores están varios escalones por encima de los demás. Son más difíciles de encontrar y eso los revaloriza.



Esa mañana, el chófer me había comentado que habían localizado unos guepardos por la zona, pero los animales se mueven continuamente, por lo que no tuvimos la suerte de verlos.



Pero cuando la tarde iba tocando a su fin la suerte cambió y la radio transmitió buenas noticias. Estaban bastante alejados de donde nos encontrábamos, por lo que nos tocó una buena dosis de masaje africano a base de correr por unas pistas repletas de baches, atravesando cauces de ríos y dejando atrás otro tipo de fauna menos interesante.




Estaban tan bien camuflados que nos costó dar con ellos. Eran cinco crías aún jóvenes las que se ocultaban entra la vegetación mientras esperaban el regreso de su madre. Echados en el suelo o sentados con lo que a mí me parecía una cara de preocupación, nos miraban y nos ignoraban al mismo tiempo.





Estábamos demasiado cerca como para usar el 500mm, así que tiré del 700-300, que es bastante oscuro, viéndome obligado a sacrificar el ISO. El sol, oculto tras las nubes y ya cerca del horizonte, tampoco puso demasiado de su parte. Pero es que casi podíamos tocarlos.





El guepardo (Acinonyx jubatus), es el animal terrestre más rápido, aunque no puede mantener su velocidad punta durante mucho tiempo. Alcanza algo más de 100 km/h pero solo durante unos pocos cientos de metros. Su larga cola, que mide una cuarta parte de los dos metros que alcanza el animal en su totalidad, le sirve como timón en esas carreras tan rápidas. Hay pocos animales que estén mejor diseñados para la velocidad.





No soy ningún experto en la materia, pero creo que los ejemplares que vimos corresponden a una subespecie llamada guepardo tanzano o guepardo africano oriental (Acinonyx jubatus raineyi).





A pesar de ser un felino relativamente grande, no tiene la fuerza necesaria para defenderse de otros “gatos” más robustos, por lo que en ocasiones ha de ceder su presa recién cazada, no solo ante otros felinos, sino también en su lucha constante con hienas, babuinos o perros salvajes.



Tampoco es capaz de defender a sus crías ante grupos más numerosos y de ahí que las que encontramos estuvieran ocultas entre la vegetación. Pasar desapercibidas, hasta que puedan defenderse por sí mismas, es la mejor estrategia de supervivencia.




Es en momentos como este cuando te das cuenta de la fragilidad de la vida. Allí estaban, utilizando el camuflaje como defensa contra otros depredadores, luchando contra una tasa de supervivencia del 30% hasta que se hacen adultos. Tienen entre tres y cinco crías, así que tuvimos mucha suerte de encontrar este grupo familiar tan numeroso. Después de esperar unos minutos, llegó la madre y los más mayores se acercaron a saludarla mientras los otros seguían escondidos.




Es un animal paciente, que sabe esperar el momento adecuado, sin desperdiciar energías. Su vista es estupenda, y posee una aceleración digna del mejor coche deportivo. Todo ello hace que su probabilidad de acierto en la caza sea de las más altas, en torno a un 60%.



Las hembras son menos sociables y suelen vivir solas, mientras que los machos se juntan en pequeños grupos, generalmente de hermanos, lo que les facilita la caza y la supervivencia. Curiosamente, sus uñas no son retráctiles y tampoco rugen. En algún sitio he leído que no pueden trepar a los árboles, algo que no me cuadra, porque he visto a más de uno subido a ramas que no estaban muy altas.




Por desgracia, no podíamos quedarnos mucho más y tuvimos que marcharnos demasiado pronto. Eso sí, el recuerdo de haberlos acompañado desde tan cerca, queda ya para siempre.

jueves, 11 de febrero de 2021

Islandia V – Tubos de lava

Son bastantes las cuevas que he visitado en varios países del mundo, ninguna tan especial como las que encontramos en el Perigord Negro, en Francia, pero en esta ocasión sería algo diferente.



Lo que parece una cueva es en realidad un túnel de lava que se puede recorrer caminando una vez ha sido acondicionado. Se forma cuando el río de lava se enfría más rápido en su parte externa, creando una costra que permite que la colada siga discurriendo por el interior.




El primero de los dos que visitamos en Islandia se llama Vatnshellir Cave y está en el extremo oriental del país, dentro del parque nacional Snæfellsjökull. Tiene unos 200 metros de largo y se encuentra a unos 35 bajo la superficie. Se calcula que la erupción que lo formó tuvo lugar hace 8.000 años.





Llegamos a la hora concertada y enseguida nos proveyeron de un casco y una linterna. Conviene llevar zapatos de caminar con una buena suela y ropa de abrigo.



El acceso, descendiendo por una escalera de caracol, no puede ser más sencillo. La zona visitable está parcialmente acondicionada y solo hay que prestar atención para no tropezar ni resbalar. Es lo suficientemente grande como para que no se sienta claustrofobia alguna, y en el interior la temperatura es baja, hasta el punto de que sientes calor al salir. Ni que decir tiene que no se debe tocar nada, mucho menos llevarse cosas del interior.




Un día más tarde hicimos una excursión similar en otro túnel de lava, Vidgelmir Cave, donde tuvimos la suerte de contar con un guía muy simpático, de esos que disfrutan con su trabajo. La verdad es que en ambos sitios nos trataron estupendamente.






En este tubo, llamado Hallmundarhraun, el techo se ha derrumbado en un par de lugares, por lo que usamos uno de ellos para entrar. Tiene unos 1.600 metros de largo, siendo el más largo de la isla, y calculo que recorrimos más o menos la mitad. Salimos a la superficie por donde habíamos entrado, aunque solo visitamos una parte de un monumento natural mucho más grande, de unos 52 km en total. Tiene unos 16 metros de ancho y de alto, dimensiones que cuesta apreciar porque no hay nada con lo que comparar. Repito las recomendaciones del otro túnel: conviene abrigarse, porque la temperatura en el interior es de cero grados, llevar linternas potentes y zapatos con una buena suela de goma.




En tres ocasiones (dos veces en la primera cueva) apagamos las luces de nuestras linternas sumiéndonos en la oscuridad absoluta, una experiencia que ya había vivido en Gales pero que no me importó repetir. En silencio, se oye el gotear del agua; acercas la mano a la cara y el cerebro lucha por identificar algún contorno que no aparece. Es muy curioso.




Dentro de los túneles hay estalactitas y estalagmitas, que lejos de tardar milenios en formarse lo hicieron en cuestión de minutos. Allí aprendimos a diferenciar los tipos de lava, así como a apreciar los minerales que componen las rocas.




También hay evidencias de que el segundo estuvo habitado, y hasta vimos el esqueleto de un zorro ártico en el primero de ellos.


Finalmente, no hace falta ir tan lejos para experimentar estas sensaciones. Basta con visitar una región volcánica, como las Islas Canarias, por ejemplo. Hay muy poca luz y vamos caminando la mayor parte del tiempo, así que las fotos no han salido muy bien, pero nos sirven para recordar ambas aventuras.

Ahora solo nos resta volver a leer Viaje al centro de la Tierra, de Julio Verne.