martes, 24 de marzo de 2020

India XXI - Los pozos de agua de Bundi

Alejada de todos los circuitos turísticos, al menos en 2011, muy pocos occidentales se desvían para visitar Bundi, una población pequeña para los estándares de la India (100.000 habitantes) que se encuentra al sureste de Rajastán.


Las fachadas son interesantes; muchas están pintadas de azul, otras tienen dibujos geométricos o de animales. Hay infinidad de alojamientos baratos, aunque nosotros nos quedamos en un buen hotel, que ya no tenemos edad para renunciar a las comodidades.






Nunca faltan niños que te piden una foto por el simple placer de verse luego retratados.



La gente hace su vida, aparentemente muy tranquila, ajenos a los turistas.



Y uno encuentra las cosas más peregrinas por las calles, algo muy normal en este país.


En los soportales hay pequeños restaurantes o puestos de comida que no nos atrevemos a probar. Preferimos evitar riesgos y fijarnos en la arquitectura, porque nuestros estómagos no están acostumbrados y no queremos enfermar.



Conseguimos un tuk-tuk y le pedimos que nos lleve a ver unos cenotafios que hay en las afueras del pueblo. No habla inglés y no parece que sea capaz de leer un mapa, así que nos lleva a una casa cercana donde nos encasquetan un niño de unos diez años que sí habla inglés. Ya tenemos intérprete para toda la tarde.





El monumento no es nada del otro mundo, pero nos alegramos de ver algo diferente a lo que tenemos en Europa. A la mañana siguiente tenemos al chófer en la puerta del hotel a pesar de que es su día libre. Quizás se aburra sin nosotros, o puede que le haya incentivado la propina que le voy dando cada pocos días. Es una suerte, porque tenemos que subir a lo alto de un risco para ver el fuerte.



Pero esa es otra historia, que os conté hace tiempo en esta
entrada. Hoy nos quedamos con los numerosos pozos de agua que hay repartidos por la ciudad. Se llaman baoris, están muy decorados y al agua se accede bajando por unas gradas. Hay casi una cincuentena de ellos, aunque muchos no están bien conservados y por lo que leo en Internet se han convertido en vertederos. Los que vimos nosotros estaban, en cambio, bastante limpios, pero ha pasado mucho tiempo, eso es verdad.







Esta ciudad no destaca por nada en especial, pero le sobra autenticidad, y uno tiene la sensación de estar en la India de verdad, no en un decorado de Bollywood. Hay monumentos interesantes, no os llevéis la impresión de que no es así, y es el lugar perfecto para retomar fuerzas y seguir con un itinerario que siempre es exigente con el turista.

jueves, 12 de marzo de 2020

Kenia VI – El elefantito

Estaba siendo una tarde de lo más apacible, aunque la luz del día anterior me había gustado más, cuando un nuevo grupo de elefantes cruzó por delante de nuestro todoterreno. Bueno, más bien fuimos nosotros los que nos detuvimos en su camino.





Algunos de sus componentes eran todavía muy pequeños, y esta cría demostró gran interés por nosotros. Se acercaba con la misma prisa que un niño pequeño que haya descubierto un perrito con el que jugar.


Era todo patas. Con la comida aún en la boca y una trompa y unas orejas descontroladas que parecían tener vida propia, caminaba, se detenía y volvía a avanzar.



Nosotros estábamos parados en mitad del camino, viendo cómo se acercaba a todo correr, pero la madre debió advertirle de alguna forma – seguramente usando sonidos de baja frecuencia, inaudibles para los seres humanos – porque se frenó en seco, dio media vuelta y huyó como alma que lleva el diablo.



Hace relativamente poco que se ha descubierto que los elefantes utilizan esos infrasonidos para comunicarse, a veces con varios kilómetros de por medio, y es muy posible que la madre advirtiera a su cría de que no se acercara.




En esta serie de fotografías se observa el comportamiento de estos animales. Fijaros en que cuando la cría es pequeña, siempre se interpone un adulto entre ella y el vehículo, mientras que cuando está más crecida, mantienen una distancia mayor con ella. Su lenguaje corporal nos avisa de sus intenciones y nunca conviene pasarlo por alto. Las madres y tías nos observan con cautela y nos advierten de que tengamos cuidado.





En algunos parques, como el de Tarangire, en Tanzania, los elefantes aún recuerdan que los cazábamos, y son más precavidos, pero en el resto de reservas que he visitado se limitan a rodear los vehículos sin interactuar con ellos. Todo lo más, te miran largamente, demostrando que te vigilan y que no terminan de fiarse del todo.


Este era un ejemplar joven, relativamente pequeño, pero podría aplastar el todoterreno si quisiera. No obstante, se contenta con olernos desde una distancia prudencial. Eso sí, cuando te encuentras con una cría en mitad del camino, más vale detenerse sin que se sienta amenazada en ningún momento.




Siempre digo que los animales no tienen nada que ganar atacándote. Por lo general van a lo suyo y te ignoran. Otra cosa es cuando estás en su camino o cuando te encuentras demasiado cerca de sus crías. Entonces te hacen saber que harías mejor en retirarte lo antes posible, y si no lo haces, sí que pueden cargar contra ti, a veces con resultados letales.





He oído que, en algunos sitios, los conductores los provocan, algo que no solo va en contra de las normas, sino que es muy peligroso. Si vuestro chófer es de esos, cosa que a mí no me ha sucedido nunca, lo mejor que podéis hacer es denunciarlo. Está en juego la seguridad de los animales, pero especialmente la tuya.

domingo, 1 de marzo de 2020

Sicilia – Taormina

Llevábamos ya unos cuantos días en Sicilia cuando nos acercamos a Taormina, una ciudad fundada por los griegos en el siglo VIII a.C. Fue lo más cerca que estuvimos de la Italia continental, puesto que habíamos decidido prescindir de esa esquina de la isla por falta de tiempo.


Dejamos pues, atrás las faldas del monte Etna y nos asomamos al mar, que nos esperaba doscientos metros más abajo, accediendo a las playas a través de unas escaleras, aunque hay un teleférico que funciona desde 1992. Pero eso sería por la tarde cuando el color del cielo, aún azul, se hubiese tornado oscuro y gris.







Antes habíamos caminado por sus calles y plazas, visitando iglesias y jardines.






Hay muchos restaurantes, y en cualquier callejón te montan un puesto de fruta o te exhiben el marisco o el pescado. También encontramos las típicas marionetas.




Con apenas diez mil habitantes, Taormina, que se encuentra a medio camino entre Catania y Mesina, guarda un importante patrimonio cultural, cuyo máximo exponente es el teatro greco-romano. Me sonaba haberlo visto antes, y pronto descubrí dónde, en la película de Woody Allen, Poderosa Afrodita (1995). La verdad es que me sobran todos esos asientos de plástico, pero es el precio que pagar para conseguir financiación para mantener los monumentos.






Desde allí arriba vimos llegar la tormenta, que tuvo a bien dejarnos un tiempo prudencial para que nos pusiéramos a cubierto. Era mediados de junio, pero la granizada fue espectacular, con el agua saltando de escalón en escalón como alma que lleva el diablo.





Por desgracia, no hice fotos de la villa en la que nos alojamos, pero todavía recuerdo las vistas desde la terraza en la que esperábamos el desayuno. Una pareja de alemanes se sorprendió de que no hubiese nadie atendiendo; según ellos les habían indicado que el desayuno comenzaba a servirse a la hora que fuera, las ocho, las nueve, no lo sé exactamente, y nos preguntaron, creyendo que se habían equivocado. Pobres, les dije que aquello era Italia, no Alemania, y que el desayuno estaría dispuesto en cuanto llegase la dueña.

Taormina se puso de moda en el siglo XIX, recibiendo un turismo mayoritariamente británico, lo que no me extraña, porque tiene mucho encanto, un clima benigno durante la mayor parte de año y un ambiente acogedor y tranquilo. De hecho, hace ya más de una década que estuvimos por allí y aún la recuerdo con cariño.

Fuentes: Wikipedia y elaboración propia.