A veces es bueno que las
cosas no salgan como estaban previstas. Nos habían llamado la tarde anterior
desde la agencia para advertirnos de que se esperaban olas grandes para el día
siguiente que podían afectar a una salida para ver ballenas que habíamos
contratado. Hasta hicimos un plan B por si cancelaban.
De todas formas, teníamos
que conducir varios kilómetros para llegar al puerto de Husavik, y por una vez
no sentíamos la presión de las agujas del reloj, así que nos lo tomamos con
calma. La verdad es que el día era luminoso a más no poder, y las aguas de la bahía
de Skjálfandi. parecían las de un estanque. En Islandia, una isla barrida por
el viento, el clima es impredecible.
Una gaviota reidora
(Chroicocephalus ridibundus, antes Larus ridibundus), nos dio la bienvenida.
Husavik, y las montañas
nevadas al otro lado del fiordo, nos recibieron con sus mejores galas.
Enseguida encontramos el puerto y aprovechamos para ver su bonita iglesia, del
siglo XIX, aunque por razones obvias no la vimos por dentro.
Ilusionados, abordamos el
barco y enseguida nos enfundamos un mono para protegernos del viento y del
agua. Aunque hacía sol, conviene llevar algo de ropa de abrigo, porque en mitad
del fiordo la sensación térmica baja bastantes enteros. Íbamos ataviados
también con chalecos flotadores. Da gusto comprobar que estas compañías se
toman la seguridad en serio.
La posibilidad de caer
por la borda es escasa, pero nunca se sabe lo que puede pasar. Nadie nos dijo
nada, pero imagino que el mono era para protegernos de las frías aguas del
Ártico en las que nos encontrábamos.
La primera hora
transcurrió sin avistar ninguna ballena, pero puesto que el timón se mantenía
firme, todo parecía indicar que sabíamos hacia dónde nos dirigíamos. Les
pregunté qué medios utilizaban para averiguar dónde estaban y me contestaron
que solo usaban la radio, que estaba conectada con el resto de embarcaciones
que surcaban la bahía, lo que me pareció estupendo.
Nos iban dando la
información como si fuesen píldoras, porque hay quien no está acostumbrado a
ver animales en su entorno habitual, se piensa que visita un zoológico y se
impacienta. Una rusa no paraba de girar la cabeza hacia la tripulación
preguntando cuándo las veríamos mientras una ballena se sumergía a pocos metros
de ella.
Vimos nuestra primer
ejemplar, pero muy lejos, acompañado por un par de barcos y algunas lanchas
zodiac. Porque se suelen ofrecer dos tipos de excursiones, una como la nuestra,
de tres horas, en barcos más grandes que solo salen a ver ballenas y otra en
zodiacs que te llevan también a ver frailecillos.
Nosotros escogimos la
primera opción porque es más fácil fotografiar las aves desde tierra y porque
esperábamos verlas en otros lugares. El barco te proporciona también más
comodidad y más tiempo para ver a unos animales tan esquivos como estos
gigantes.
Pero en esta época del
año y en esta bahía es relativamente fácil encontrarlas. Apenas asoman sobre la
superficie del agua para respirar y se sumergen luego durante unos minutos, por
lo que es cuestión de suerte cuán cerca del barco aparezcan. En nuestro caso,
eran dos ejemplares los que se turnaban mientras nosotros los acompañábamos
durante otra hora larga.
Como
es lógico, las ballenas están sumergidas y solo se avista una parte del lomo o
la cola cuando se sumergen en busca de alimento. A veces saltan fuera del agua
o asoman una aleta que usan como una vela, pero no suele ser lo habitual.
Eran dos yubartas (Megaptera novaeangliae), también conocidas como
ballenas jorobadas. Se trata de una especie que actualmente está fuera de
peligro – se estima que hay al menos 80.000 ejemplares – cuyo territorio se
extiende por todos los grandes océanos del mundo. Alcanza los 16 metros de
largo y las 36 toneladas de peso, y pueden migrar unos 25.000 km al año
(Wikipedia).
Se alimentan de krill y
de peces pequeños, durante el verano, acumulando una capa de grasa que les
permite sobrevivir a un invierno que pasan en mares más cálidos, que es cuando
dan a luz. No pongo más datos por no cansaros, pero el artículo de la Wikipedia
es muy bueno.
Poco a poco, el viento
iba aumentando, al igual que el tamaño de las olas, que nos mecieron a base de
bien en nuestro retorno a Husavik. Hicimos bien en tomarnos una biodramina
(otra recomendación) porque varios turistas alimentaron a los peces con su
desayuno.
Nosotros, en cambio,
estábamos hambrientos, así que tras una rápida visita al museo de ballenas que
hay en la localidad, dimos buena cuenta de un estupendo fish & chips y de
una buena cerveza local.
El
museo no es grande, pero da mucha información sobre todo tipo de cetáceos, la
caza a la que estuvieron (y están en menor medida) sometidos, las estaciones
balleneras, etc. Esa os la cuento en otra ocasión.