lunes, 25 de mayo de 2020

California XVI - Tioga Road I - Dos pequeños lagos

El Tioga Pass es un puerto de montaña que se encuentra en Sierra Nevada, en el estado de California. La carretera 120, que en esta parte toma el nombre de Tioga Road nos acerca al parque nacional de Yosemite, un espacio natural al que ya he dedicado algunas entradas en el blog que precedió a este.


Veníamos desde el oeste, ascendiendo por una pendiente suave pero constante, ya que la parte más abrupta del paso se encuentra al otro lado, cerca de Mono Lake, un sitio al que por desgracia, no nos dio tiempo a llegar. Y es que Yosemite tiene infinidad de atracciones naturales, muy bellas todas, pero que requieren de tiempo. La carretera camino del parque estaba flanqueada de árboles altísimos, un aperitivo de los muchos que veríamos durante los días posteriores.


Es imposible perderse el lago Siesta, pues está al borde mismo de la Tioga Road. A pesar de su nombre, era demasiado temprano para echar un sueñecito, y teníamos que aprovechar que éramos los únicos turistas que había por allí.



Nos acercamos a la orilla atravesando un espeso bosque y nos maravillamos con el reflejo de los árboles en las calmadas aguas. En realidad, es tan diminuto que llamarlo lago es una exageración, pero el paisaje es precioso.




Además de su belleza, sorprende lo limpio que está todo. Es algo que podemos decir de otras zonas del parque, donde hay más afluencia de turistas sin que por ello veamos un papel en el suelo.





En cambio, para llegar al Lago Lukens, que se encuentra unos kilómetros más adelante, hay que caminar un poco, apenas 2.5 km, aunque también hay senderos más largos.


Atravesamos otro bosque en el que las copas de los árboles nos sorprenden con su altura. Oímos un ruido a nuestra izquierda y disparo la cámara sin enfocar; se trataba de un ciervo que escapaba asustado.





Una vez más, estamos solos en un paisaje de ensueño.







Fotografiamos el entorno y nos sentamos a descansar junto a los árboles caídos mientras esta ave picotea los troncos muertos en busca de insectos La tranquilidad es absoluta, y tengo la impresión de que podríamos pasar horas y horas sin movernos, observando la naturaleza sin aburrirnos un minuto.



Hoy lo dejamos aquí, pero volvemos dentro de unos días para seguir recorriendo esta carretera.

martes, 12 de mayo de 2020

Islandia VI – Avistamiento de ballenas desde Husavik

A veces es bueno que las cosas no salgan como estaban previstas. Nos habían llamado la tarde anterior desde la agencia para advertirnos de que se esperaban olas grandes para el día siguiente que podían afectar a una salida para ver ballenas que habíamos contratado. Hasta hicimos un plan B por si cancelaban.


De todas formas, teníamos que conducir varios kilómetros para llegar al puerto de Husavik, y por una vez no sentíamos la presión de las agujas del reloj, así que nos lo tomamos con calma. La verdad es que el día era luminoso a más no poder, y las aguas de la bahía de Skjálfandi. parecían las de un estanque. En Islandia, una isla barrida por el viento, el clima es impredecible.


Una gaviota reidora (Chroicocephalus ridibundus, antes Larus ridibundus), nos dio la bienvenida.



Husavik, y las montañas nevadas al otro lado del fiordo, nos recibieron con sus mejores galas. Enseguida encontramos el puerto y aprovechamos para ver su bonita iglesia, del siglo XIX, aunque por razones obvias no la vimos por dentro.





Ilusionados, abordamos el barco y enseguida nos enfundamos un mono para protegernos del viento y del agua. Aunque hacía sol, conviene llevar algo de ropa de abrigo, porque en mitad del fiordo la sensación térmica baja bastantes enteros. Íbamos ataviados también con chalecos flotadores. Da gusto comprobar que estas compañías se toman la seguridad en serio.


La posibilidad de caer por la borda es escasa, pero nunca se sabe lo que puede pasar. Nadie nos dijo nada, pero imagino que el mono era para protegernos de las frías aguas del Ártico en las que nos encontrábamos.


La primera hora transcurrió sin avistar ninguna ballena, pero puesto que el timón se mantenía firme, todo parecía indicar que sabíamos hacia dónde nos dirigíamos. Les pregunté qué medios utilizaban para averiguar dónde estaban y me contestaron que solo usaban la radio, que estaba conectada con el resto de embarcaciones que surcaban la bahía, lo que me pareció estupendo.



Nos iban dando la información como si fuesen píldoras, porque hay quien no está acostumbrado a ver animales en su entorno habitual, se piensa que visita un zoológico y se impacienta. Una rusa no paraba de girar la cabeza hacia la tripulación preguntando cuándo las veríamos mientras una ballena se sumergía a pocos metros de ella.






Vimos nuestra primer ejemplar, pero muy lejos, acompañado por un par de barcos y algunas lanchas zodiac. Porque se suelen ofrecer dos tipos de excursiones, una como la nuestra, de tres horas, en barcos más grandes que solo salen a ver ballenas y otra en zodiacs que te llevan también a ver frailecillos.




Nosotros escogimos la primera opción porque es más fácil fotografiar las aves desde tierra y porque esperábamos verlas en otros lugares. El barco te proporciona también más comodidad y más tiempo para ver a unos animales tan esquivos como estos gigantes.



Pero en esta época del año y en esta bahía es relativamente fácil encontrarlas. Apenas asoman sobre la superficie del agua para respirar y se sumergen luego durante unos minutos, por lo que es cuestión de suerte cuán cerca del barco aparezcan. En nuestro caso, eran dos ejemplares los que se turnaban mientras nosotros los acompañábamos durante otra hora larga.






Como es lógico, las ballenas están sumergidas y solo se avista una parte del lomo o la cola cuando se sumergen en busca de alimento. A veces saltan fuera del agua o asoman una aleta que usan como una vela, pero no suele ser lo habitual.




Eran dos yubartas (Megaptera novaeangliae), también conocidas como ballenas jorobadas. Se trata de una especie que actualmente está fuera de peligro – se estima que hay al menos 80.000 ejemplares – cuyo territorio se extiende por todos los grandes océanos del mundo. Alcanza los 16 metros de largo y las 36 toneladas de peso, y pueden migrar unos 25.000 km al año (Wikipedia).





Se alimentan de krill y de peces pequeños, durante el verano, acumulando una capa de grasa que les permite sobrevivir a un invierno que pasan en mares más cálidos, que es cuando dan a luz. No pongo más datos por no cansaros, pero el artículo de la Wikipedia es muy bueno.



Poco a poco, el viento iba aumentando, al igual que el tamaño de las olas, que nos mecieron a base de bien en nuestro retorno a Husavik. Hicimos bien en tomarnos una biodramina (otra recomendación) porque varios turistas alimentaron a los peces con su desayuno.




Nosotros, en cambio, estábamos hambrientos, así que tras una rápida visita al museo de ballenas que hay en la localidad, dimos buena cuenta de un estupendo fish & chips y de una buena cerveza local.



El museo no es grande, pero da mucha información sobre todo tipo de cetáceos, la caza a la que estuvieron (y están en menor medida) sometidos, las estaciones balleneras, etc. Esa os la cuento en otra ocasión.