Queríamos aprovechar al máximo este tramo de la Great Ocean Road australiana, sacando partido a todos los puntos de interés, pero nos costó un poco encontrar por dónde empezar. Según la guía, las Princetown Wetlands Boardwalk merecían la pena, así como un mirador, pero lo cierto es que ambos nos supieron a poco. Es bonito, pero no como para tirar cohetes.
Otra cosa es acercarse a los Gibson Steps, uno de esos aperitivos que tienen casi la enjundia de un plato principal.
El aparcamiento es muy pequeño, y suele estar lleno, por lo que se recomienda aparcar junto a los Doce Apóstoles y recorrer el camino andando, pero como todos los tontos tenemos suerte, encontramos dónde dejar el coche. Entonces, casi desde el borde mismo de la carretera se abre el horizonte, al tiempo que un agua de color turquesa, digna de un folleto turístico, aparece ante nosotros.
Abajo, una playa de buenas dimensiones y con poca gente, nos espera. Accedemos por unas empinadas escaleras, teniendo cuidado de no resbalar con el agua que rezuma de la piedra.
Por una vez, le hemos ganado la partida a los grupos turísticos, aunque sospecho que ellos van a los Doce Apóstoles, desdeñando este paisaje que sin embargo está apenas a unos kilómetros. Mejor para nosotros, que podemos disfrutarlo.
Caminamos por la arena, comprobamos la temperatura del agua, aunque no nos bañamos. Aquí las corrientes nos son desconocidas y más vale ser prudentes.
Nos acercamos hasta unas rocas y un nuevo paisaje aparece, un aperitivo, como digo, de lo que nos espera dentro de un rato.
No me puedo creer la suerte que hemos tenido con el día. El sol ilumina las rocas, justo como a mí me gusta. Lo dicho: todos los tontos somos afortunados.