Disfrutar de varios días de sol en Islandia implica tener mucha suerte. Que esas jornadas coincidan con la visita a las cataratas que hay en la parte más austral del país ya es rizar el rizo.
Antes me estudiaba mejor los viajes, pero ahora a menudo me presento en los sitios sin una preparación previa, lo que en este caso de la cascada de Gullfoss fue un acierto, porque la sorpresa fue aún mayor.
Esperaba la típica caída de agua desde un punto elevado y me encontré con un río, el Hvítá, que se precipita de forma abrupta en tres saltos consecutivos de 11, 21 y 32 metros respectivamente.
El agua corre con prisa y el sonido que produce es espectacular. Según la Wikipedia, su caudal medio es de 140 metros cúbicos por segundo en verano y 80 en invierno, siendo de 2.000 metros cúbicos el máximo flujo de agua que se ha medido.
Nada más llegar encontramos carteles con información, desde donde parten dos senderos. Uno discurre a lo largo de la tremenda falla, mientras que el otro te lleva, bajando unos escalones, hasta la orilla del río. Nosotros comenzamos por el segundo, ansiosos de fotografiar el arcoíris formado por las gotas en suspensión. Avanzando por el sendero llegamos hasta el borde mismo de agua, donde una inmensa roca desvía el curso.
Todavía estamos relativamente cerca de Reikiavik, dentro de lo que se conoce como el Círculo Dorado, y hay bastantes turistas, pero el lugar es tan inmenso que no molestan.
En el pasado siglo se intentó explotar la fuerza del agua para generar electricidad, pero, afortunadamente, la falta de fondos dio al traste con el proyecto, permitiendo que hoy podamos disfrutar de esta maravilla.
Nuestra siguiente parada, esa misma tarde, sería el cráter Kerid, cerca ya de Selfoss. Es muy accesible y fácil de visitar, y tiene además un lago de aguas cristalinas.
La caldera, de unos 3.000 años de antigüedad forma parte de la Zona Volcánica Oeste de Islandia, tiene 55m de profundidad, 170m de ancho y 270m de largo, por lo que es muy sencillo rodearlo caminando.
Para entonces, las nubes cubrían el sol, por lo que el rojo de la piedra volcánica destacaba menos, pero aun así el lugar merece mucho la pena. Aunque en Islandia hay muy pocos árboles, aquí podemos ver un bosque reforestado.
De nuevo nos sorprendió encontrar tan pocos turistas.
Fue el final de un día largo y completo, nuestra primera jornada conduciendo por Islandia. Ya solo nos quedaba llegar a Sellfoss para cenar y descansar.