lunes, 28 de septiembre de 2020

Chile XIX – Vinapú

Los ahu son las plataformas sobre las que colocaban los moai en la Isla de Pascua. Aunque no hay dos iguales, la mayoría se parecen mucho entre sí, además de encontrarse cerca de la costa.


Pero siempre hay excepciones, y el grupo de Vinapú es uno de las más sorprendentes. Su parecido con la arquitectura inca es muy llamativo, y eso no pasa desapercibido ni para los estudiosos ni para los turistas que hemos estado en ambos sitios. Las comparaciones son inevitables.


Conocemos muy poco sobre la navegación por el Pacífico cuando ambas culturas estaban en auge y las teorías se multiplican, dando paso a todo tipo de especulaciones sobre si fueron los polinesios quienes llegaron a América o si las culturas precolombinas pudieron alcanzar islas tan aisladas como Rapa Nui.


Thor Heyerdahl consiguió demostrar, con su alocada expedición en la balsa Kon-tiki que era posible alcanzar las islas polinesias desde la costa americana, pero en mi modesta opinión se olvidó de una cosa importante: regresar al punto de partida. Porque todos sabemos los problemas que tuvo Colón para volver a Europa, así como lo que les costó a los exploradores españoles vencer la corriente de Humboldt, por no hablar del tornaviaje que inauguraría el Galeón de Manila. Una cosa es ir y otra bien diferente, volver.


En Wikipedia hay un artículo excepcional sobre estas navegaciones por el Pacífico, en el que se detallan las diversas teorías y se argumenta con pruebas que nombro más adelante. Porque una cosa está cada vez más clara: los polinesios y algunos pueblos precolombinos tuvieron contacto antes de la llegada de los europeos.

Lo que caracteriza y diferencia a este ahu, que en realidad es un grupo de tres, son las grandes losas de basalto y lo bien que encajan unas con otras sin necesidad de mortero. En ninguna otra parte de Rapa Nui hay uno parecido. Vinapú se encuentra al sur de la isla, en la parte oeste de la misma, muy cerca del aeropuerto, y como sucede con todos los ahu que no han sido reconstruidos, los moai andan tirados por el suelo como consecuencia de las luchas internas que se mantuvieron en los siglos XVIII y XIX.






Varios historiadores peruanos piensan que el ahu Vinapú habría sido construido por el inca Túpac Yupanqui durante su expedición al Pacífico en 1465. De hecho, en los Andes, una de las chulpas de Sillustani fue construida en tiempos de ese mismo  inca Túpac de una forma muy parecida. De Sillustaní os hablé hace ya tiempo en esta entrada, por cierto.




Además del parentesco genético entre polinesios e indígenas americanos hay varios vocablos compartidos, a los que se añaden el cultivo del boniato (de origen americano) en Polinesia o la existencia de las gallinas araucanas (de origen asiático) en América del Sur.


Excavaciones y descubrimientos posteriores van dando argumentos cada vez más sólidos a quienes pensamos que hubo contacto entre estas culturas. De este modo, no se trata de una similitud meramente arquitectónica, sino que estamos hablando de mucho más. Esperemos que el transcurrir del tiempo nos traiga más claridad y nos haga entender mejor cómo pudieron producirse.


Fuentes que recomiendo a quienes estén interesados: Vinapú en Wikipedia y la página sobre los contactos transoceánicos precolombinos de la que os hablaba.

miércoles, 16 de septiembre de 2020

Sudáfrica VI - El paisaje de Gansbaai

Nos desplazamos como turistas para ver lugares nuevos que nos han llamado la atención en una revista, en un documental, o más recientemente, en un blog. Nos puede el ansia por llenar unas horas pagadas a precio de oro y anhelamos vivir experiencias, esa chorrada que denomina ahora al pasarlo bien de siempre.




Sin renegar completamente de lo anterior, que es para lo que al final contratamos un viaje y nos desplazamos lejos de casa, valoro especialmente esos momentos de tranquilidad en los que me siento viajero, casi uno más de esa comunidad que me acoge.




En Sudáfrica, en 2017, había dedicado el día anterior a ver tiburones blancos (ya os lo he contado), así que ese día invernal de agosto tocaba algo más tranquilo. Después de almorzar vino Jo, mi experimentada guía, a recogerme, y dedicamos la tarde a buscar ballenas.



Es temporada baja, hay pocos barcos que zarpen para avistar cetáceos y las calles y urbanizaciones, con sus casas de veraneo, están desiertas. Circulamos despacio, recorriendo la costa en un sentido y otro, charlando de cosas tan importantes como la vida misma.




Llegamos al faro y damos la vuelta. Lo mismo hago fotos desde el interior del vehículo que nos detenemos para disfrutar de una costa agreste como corresponde a uno de tantos fines del mundo como hay por ahí. Al sur solo hay agua hasta llegar a la Antártida.




Son momentos que disfruto con pasión y que me dan la misma tranquilidad con la que escribo esta entrada mientras busco en Internet el nombre de las aves que vimos. Un ostrero negro (Haematopus ater), un grupo de ibis sagrados (Threskiornis aethiopicus) y los más conocidos gansos egipcios (Alopochen aegyptiaca), vistos en lugares tan dispares como Londres, Kenia y, ahora, Sudáfrica.





Eso sí, entre unas cosas y otras, las ballenas, tan comunes en esta época, nos han dado esquinazo.

viernes, 4 de septiembre de 2020

México XVII - Santa María del Tule y Mitla

En cada viaje suele haber un día en el que las cosas no salen como uno quiere, aunque en este caso fue por culpa de la agencia con la que habían subcontratado el viaje en Oaxaca. Me recogieron bastante más tarde de lo previsto en el hotel y me fueron cambiando de un vehículo a otro, cada vez más grande, hasta que terminamos en un poblado viendo telares y tiendas con productos gastronómicos por los que tenía nulo interés. Ha pasado una década, y puede que los guías en esta parte del mundo hayan mejorado desde entonces, pero la experiencia en Oaxaca fue para olvidar.



Eso sí, coincidí con una chica israelí que también renegaba de las tiendas de recuerdos y que como yo, solo quería ver los monumentos prehispánicos. Ambos nos estuvimos riendo toda la mañana por pura desesperación hasta que, por fin, llegamos a Mitla al mediodía.



Pero antes hicimos una breve parada en Santa María del Tule, para admirar este enorme árbol, el más grande que he visto en mi vida. Se trata de un gigantesco ahuehuete de más de 2.000 años de antigüedad.




Con un tronco de 14 metros de diámetro, se estima que serían necesarias al menos 30 personas con las manos entrelazadas para poder abarcarlo y en su sombra caben aproximadamente 500 personas. Su volumen se calcula en unos 816,829 m³, con un peso de unas 636 toneladas (Wikipedia).




La leyenda zapoteca sostiene que fue plantado hace unos 1400 años por Pechocha, un sacerdote de Ehécatl, dios del viento. Otra leyenda dice que algunos líderes de las grandes naciones se reunieron y decidieron separarse en 4 grupos, dirigiéndose a los cuatro puntos cardinales y en cada uno plantaron ahuehuetes, el gran Tule sería uno de ellos. Se tiende a afirmar que su ubicación es un sitio sagrado al que hay que añadir ahora la existencia de una parroquia cercana.



A Mitla llegamos, como digo, al mediodía, en el peor momento, cuando el sol pegaba implacable y apenas estuvimos una hora. Esta zona arqueológica se encuentra a unos 40km de la capital del estado.




Mitla o Mictlán es de origen náhuatl y significa "Lugar de los Muertos" o "Inframundo" en zapoteco se llama "Lyobaa" que quiere decir "Lugar de entierros".




La ciudad estuvo habitada desde la época clásica (100 a 650 d. C.) alcanzando su máximo crecimiento y apogeo en el período post clásico (750 a 1521 d. C.) tras la caída de la cercana Monte Albán.



Se calcula que cuando se construyeron los edificios más grandes llegó a albergar a más de diez mil habitantes, siendo un centro religioso y militar que aglutinaba a muchas de las comunidades situadas al este del valle de Oaxaca y en las estribaciones de la Sierra Madre.





Se aprecian cinco grupos de construcciones conocidos como: Grupo del Sur, Grupo del Adobe, Grupo del Arroyo, Grupo de las Columnas y Grupo de la Iglesia. Los edificios, de influencia mixteca, tienen una decoración simple pero vistosa.



En el siglo XVII se construyó el templo católico de San Pablo, para lo que hubo que destruir algunos palacios prehispánicos, modificándose otros.




Sin tiempo para almorzar, me llevaron de vuelta al hotel para salir en otra excursión hacia Monte Albán, donde continuaron los despropósitos del día. Eso sí, tras quejarme a la agencia española con la que había contratado el viaje, éstos reaccionaron y a partir del día siguiente conté con un chófer para mí solo, disponiendo del tiempo que quisiera para visitar los monumentos.



En esta ocasión, he fusilado la información sin piedad de las siguientes fuentes: Esta página web, esta otra y Wikipedia.