viernes, 24 de marzo de 2023

Camboya XII - Preah Vihear I

Este templo está en una región remota de Camboya, justo en la frontera norte que el país comparte con Tailandia, tan cerca que todavía muestra las secuelas de varios obuses que fueron disparados sobre las ruinas.




Ya me conocéis, si hay algo fuera de las rutas más trilladas, algún lugar poco visitado por los otros turistas que, sin embargo, merezca la pena, para allá que voy. Mi amiga piensa igual, de modo que basta con que uno lo proponga para que el otro se apunte.




Porque llegar a Preah Vihear no es fácil. Creo que ya os lo dije en otra entrada, mencionando que también te permite conocer lugares de Camboya más auténticos, menos visitados.





El santuario está construido al borde mismo de un enorme precipicio, en lo más alto de una colina sagrada que se llama Pey Tadi. Se puede acceder subiendo una escalera moderna que sustituye a otra más antigua y más peligrosa, pero nosotros optamos por la vía fácil, usando uno de los todoterrenos que te suben y te bajan. También se puede acceder en moto, pero la carretera es tan empinada en algunas zonas que usar un vehículo convencional queda descartado y es mejor agarrarse al asfalto con cuatro ruedas tractoras.




La frontera está tan cerca que podemos divisar la bandera tailandesa en lo alto de otra montaña, ver a los soldados destacados y escuchar la música de sus radios. En el lado camboyano atravesamos una zona cubierta de trincheras, recuerdo de una guerra relativamente reciente entre ambos países que tuvo que ser dirimida por el Tribunal Internacional de Justicia de La Haya, como bien nos recuerda la Wikipedia.




La planta del templo es alargada. Nosotros comenzamos la vista por su parte más externa y vamos subiendo por una amplia calzada que conecta las gopuras (entradas). Además de nuestro guía habitual hemos contratado otro local que enseguida entiende que con nosotros no valen las prisas y que la propina irá creciendo en función de los minutos transcurridos.




Porque el templo es enorme, y a pesar de su evidente deterioro, esconde muchos rincones interesantes. Perspectivas fotogénicas, textos grabados en sánscrito en las paredes y relieves que cuentan historias relacionadas con el culto hindú.





Declarado como Patrimonio de la Humanidad en el 2008, su origen se remonta al siglo XI y está dedicado a Shiva.








En realidad, es un complejo de santuarios que se van sucediendo montaña arriba a lo largo de 800 metros hasta llegar al templo central. Poco a poco, pues no hemos venido hasta aquí para verlo de pasada, vamos atravesando las diferentes puertas, admirando los relieves, las ventanas, las bibliotecas y una naturaleza que pugna por invadirlo todo mientras es mantenida a raya a duras penas.








Los propios camboyanos reconocen que, sumidos en sus propias guerras, no habían prestado mucha atención a este santuario. Por otra parte, las fronteras trazadas al terminar la Segunda Guerra Mundial eran lo suficientemente difusas en esta parte del mundo como para generar disputas. Tailandia decidió abrir el lugar al turismo, vendiendo entradas, y así fue cómo se dieron cuenta los camboyanos del tesoro que tenían desatendido.





Si bien la zona era peligrosa hace unos años, ahora es tan segura como puedan serlo otras partes del país. Por otro lado, hay que reconocer que el templo, bien preservado gracias a su inaccesibilidad, es una joya de la arquitectura jemer. Ello contando con que en algunas zonas nos encontramos con un verdadero puzle de piedras.



Una vez se llega arriba del todo encontramos una galería donde se supone que se reunían los fieles para participar en los ritos. Nos encontramos en el borde mismo de la montaña de la octava foto y vemos ante nosotros la selva y los barays (embalses).





A nuestra espalda queda el otro extremo del templo, donde unos monos dan cuenta sin demora de algunos plátanos.







Se puede regresar al aparcamiento por un atajo, pero nosotros decidimos desandar el camino por el interior del templo. A esa hora del día la mayoría de los turistas estaban de regreso, de forma que tuvimos amplias zonas del santuario para nosotros solos, pero eso os lo contaré en una segunda entrada.

jueves, 9 de marzo de 2023

Australia XIII - Nelson y Bridgewater Blowholes

Apurábamos ya nuestros últimos días en Australia, en una Great Ocean Road cuyos objetivos principales habíamos cumplido. Ahora solo se trataba de averiguar hasta dónde llegaríamos antes de regresar a Melbourne para tomar el vuelo de vuelta a Europa, y ese punto sería Nelson, una pequeña población que, sin embargo, cuenta con dos playas inmensas. Una se abre al océano, y nos muestra el lado más salvaje de una costa solitaria batida por el viento y las olas.






La otra es una playa de estuario, más recogida pero igualmente espectacular. Está en la desembocadura del río Glenelg, que da nombre a un parque nacional que habíamos recorrido a toda prisa esa misma mañana.



Desde allí condujimos por la costa hacia el este, hasta llegar a otra playa que se encontraba cerca de nuestro siguiente destino. Eran casi las tres de la tarde y todo parecía indicar que nos quedaríamos sin comer cuando encontramos un kiosco playero en el que servían comida.

Pedí una cerveza local y el dueño, queriendo hacerse el listo, me ofreció una que tenía 8,2 grados, añadiendo que si me tomaba tres, no me las cobraría. Le contesté que había vivido dos años en Bruselas, donde este tipo de bebidas se las dan a los niños de pecho y que por tanto tenía un máster en cervezas fuertes. Retiró entonces su oferta, lo que salvó también mi honor, porque tres de éstas, con el calor que hacía, me habrían matado sin duda. Fue un farol por otro.




Almorzamos muy bien, descansamos un rato y volvimos a ponernos en marcha, descartando una colonia de focas porque había que caminar demasiado y no nos daba tiempo. En lugar de los mamíferos, vimos otra parte de la costa en la que la naturaleza muestra su poder, los Bridgewater Blowholes.



El mar golpea con fuerza, y dependiendo de la marea, se introduce en las cavidades de las rocas, expulsando aire y espuma. Estamos sobre los restos de una enorme caldera, que es lo que queda de un antiguo volcán.




Al otro lado del aparcamiento encontramos carteles anunciando un bosque fósil y enseguida me vienen a la mente los fabulosos árboles petrificados que vi en La Leona, en Argentina. Pero estos de aquí no son verdaderos árboles, sino formaciones de roca caliza que la lluvia ha erosionado, dejando unos pináculos de entre uno y tres metros de alto, aunque hay alguno que llega a la veintena. Son bonitos, pero nada tienen que ver con el bosque tragado por una duna que cimentó la leyenda original.





La ruta no puede ser más fácil, muy llana y muy corta, pero nos permite hacernos una idea de cómo eran estos acantilados.




Portland es una pequeña población que se encuentra apenas a 15km. Buscamos la oficina de información, pero ya había cerrado, así que nos contentamos con ver el puerto, algunos edificios notables y esta iglesia antes de poner rumbo a nuestro motel.





Es una iglesia católica, consagrada a todos los santos, que se terminó de construir en 1862, el mismo año en el que la futura beata Mary MacKillop se hizo cargo de su cuidado y de la educación de los niños de Portland. Así lo vemos en una de las vidrieras.