Habíamos
terminado la caminata por el Valle de los Vientos, y miré a mi amiga buscando
algo de respiro, pero en su mirada había mucha más determinación que piedad, de
modo que subimos al coche y nos encaminamos hacia la cercana Garganta Walpa.
Es un
recorrido muy fácil de hacer en el que uno puede adentrarse entre las rocas de
Kata Tjuta, la más alta de las cuales se eleva 1.066 metros sobre el nivel del
mar y 546 sobre el desierto que la rodea.
La
Garganta Walpa – cuyo nombre significa ventosa – es un lugar muy utilizado por
los aborígenes (Anangu) debido a la relativa abundancia de agua, que fomenta la
presencia de plantas y animales nativos.
Recorrimos
una senda ya marcada de 1,3 km, y regresamos por el mismo camino en
aproximadamente una hora. No hay grandes desniveles y es muy fácil, aunque hay
zonas en las que encontramos algunas rocas sueltas. Como sucede en todo el
parque, hay que mantenerse dentro de los senderos, no solo por seguridad, sino
para minimizar nuestro impacto en el mundo natural.
No
olvidemos que los aborígenes que cuidan el parque llevan muchos milenios
recorriendo estos mismos caminos. Para ellos se trata de lugares sagrados en
los que habitan los espíritus de sus antepasados, así que el silencio y el
respeto que nos solicitan nunca están de más. Las plantas crecen donde pueden,
aprovechando los regatos de agua en espera de las lluvias.
Grandes
pedazos de roca han rodado hasta aquí, en un proceso erosivo constante que
afecta al monumento natural.
Enseguida
llegamos al final del paseo, y nos vemos rodeados por altas paredes de roca que
parecen no tener fin.
Finalizados
ambos paseos, nos dispusimos a ver de nuevo la puesta de sol en Uluru.
Pronosticaban tormenta, pero el cielo aún se mostraba despejado, y la luz de la
tarde incidía con una inclinación mayor.
No
obstante, el cielo tenía otros planes y la tormenta se nos adelantó. Llovía con
fuerza y todo parecía perdido. Cuando menos o esperábamos, el sol consiguió
salir unos momentos, regalándonos estos breves instantes. Aquí las nubes
llegan, descargan y se marchan con rapidez.
Las
fotos, hechas bajo la lluvia, y a todo correr porque el sol se nos escapaba, no
han quedado todo lo bien que me hubiese gustado, pero dan fe de un momento
mágico, arcoíris incluido. Forman parte de esos recuerdos imborrables que nos
acompañan durante el resto de la vida.