domingo, 6 de diciembre de 2020

Despedimos el 2020

La última entrada del año no suele ser muy diferente de las otras en este blog. Todo lo más, añado un feliz Navidad a los que tenéis la deferencia de pasar por aquí, pero en esta ocasión, después de este 2020 tan feo, voy a hacer una excepción.


Al planificar las entradas del año siempre dejo tres o cuatro huecos para los viajes nuevos y esta es la primera vez que tengo tirar del archivo para rellenarlas. Una segunda visita a Kenia y un primer acercamiento a Tailandia se han quedado en el tintero, solo Dios sabe hasta cuándo.

A eso hay que añadir las típicas excursiones de fin de semana, pues si bien no estaba prohibido moverse por Suiza, la prudencia dictaba otra cosa. La ilusión por conocer sitios nuevos sigue intacta, y será cuestión de hacer los viajes con un año más.


Como podéis imaginar, a una persona tan activa como yo, le cuesta renunciar a uno de sus hobbies preferidos, pero si miro a mi alrededor, con lo que han pasado muchas personas, y con lo que todavía sufren, soy incapaz de quejarme. Antes bien, doy gracias a Dios al tiempo que les recuerdo.

Que paséis una Navidad muy feliz. Nos vemos en el 2021.

sábado, 21 de noviembre de 2020

India XXII - Havelis en Jaisalmer

Ha pasado tanto tiempo de nuestro viaje que me resulta muy difícil identificar las fotos, aunque el hecho de que fuera organizado también influye, ya que prestamos menos atención a la hora de prepararlo y solemos dejarnos llevar.


Sí recuerdo, sin embargo, las sensaciones vividas en aquella mañana soleada de noviembre de 2011, cuando estuvimos en Jaisalmer, envueltos en cierto aire de frontera con ramalazos novelescos.






Las nubes, que nos habían hurtado como quien no quiere la cosa el atardecer dorado del día anterior, habían desaparecido, y la ciudad ofrecía, por fin, el famoso contraste de sus edificios de piedra amarilla con el azul del cielo.






Es, como decía, una ciudad fronteriza, enclavada en un desierto del Thar que habíamos recorrido la tarde anterior en camello y todoterreno junto a muchos otros turistas. Pakistán no queda muy lejos. La ciudad ha sido desde tiempos inmemoriales un lugar de referencia para las caravanas comerciales, pero fueron los mercaderes – que se establecieron fundamentalmente en los siglos XVIII y principios del XIX – quienes construyeron los magníficos edificios que podemos disfrutar en la actualidad.






Estos palacios, denominados havelis, son mitad residencia, mitad tienda. Sus fachadas están plagadas de detalles que no debemos pasar por alto, pero hay que entrar en ellos, sortear las tiendas de recuerdos y admirar el interior, donde abundan las estancias ricamente ornamentadas, las terrazas y los patios. A veces te encuentras con habitantes inesperados; confío en que os gusten los murciélagos.




Desde las azoteas podemos admirar esa ciudad dorada a la que me refería antes, aunque con el sol en lo más alto no tenga el mismo encanto.




Según la Wikipedia, la palabra haveli deriva del término árabe hawali, que significa “partición” o “espacio privado”. Estas mansiones las podemos encontrar también en otros países cercanos, como Pakistán, Nepal o Bangladesh, además de en infinidad de otros lugares en la misma India. Ya os mostré algunos ejemplos en la entradas dedicadas a Mandawa, aquí y aquí.







Poco a poco se fueron convirtiendo en un símbolo de status, y las diversas familias competían entre ellas en cuanto a tamaño, riqueza, decoración, etc. Los de Jaisalmer fueron construidos, por regla general, con bloques de piedra arenisca tallada.





El patio central, pues suele haber varios, es el verdadero corazón de la casa. En él se organizan ceremonias y allí se planta el tulasi, la albahaca sagrada del hinduismo que ha de traer prosperidad a los habitantes de la mansión. Además de una planta, es una diosa de ese panteón inabarcable.




Puede que Jaisalmer pille un poco lejos de los circuitos más tradicionales por la India, pero ya veis que merece la pena desviarse y visitarla.

lunes, 9 de noviembre de 2020

Camboya IX – Río Sangke

Camboya y el agua van de la mano durante gran parte del año. Especialmente, cuando en la estación de las lluvias, los ríos Mekong y Sap invierten su curso y el lago Tonlé Sap decuplica su extensión.



Nosotros fuimos en noviembre, cuando los días de lluvia son escasos, pero pudimos observar de cerca lo apegados que están los camboyanos al agua. Para ellos no es solo un bien de primera necesidad, sino también un medio de transporte. Construyen sus cabañas junto a los ríos, construyen embalses y se sirven del preciado líquido para regar sus campos de arroz.





Una de las actividades que habíamos contratado era un paseo en barca por el río Sangke.





Al estar fuera de la mayoría de los circuitos turísticos, estuvimos solos durante todo el recorrido, cruzándonos tan solo con gente local que tendía redes de pesca, se bañaba para mitigar el calor o remontaba la corriente en otra barca.








Por lo general, los adultos seguían con su trabajo sin inmutarse, mientras que los niños nos saludaban con efusividad.






Casi todas las cabañas son precarias, construidas allí donde las orillas son algo más altas, para esquivar la crecida del monzón. Los más pudientes se hacen casas de hormigón, con pilares altos.





Es la Camboya de verdad, la que no ven quienes solo van a Angkor Wat, con sus plásticos y sus redes de pesca, sus puentes colgantes y sus embarcaciones.







Pero también con un paisaje verde, en cierto modo, virgen, aunque esquilmado.



Adentrarse en el país es una forma excelente de conocerlo al tiempo que les ayudamos económicamente. Es mucho más efectivo que darles dinero, ya que se fomenta el turismo, la entrada de divisas, la ocupación laboral y la conservación del entorno natural. Camboya sale de muchos años de sucesivas guerras, necesita crecer e incorporarse al siglo XXI. Quizás sin prisa, pero desde luego sin pausa.