Ya sabéis que soy un friki de los animales, así que a pocos puede extrañar que incluyese en mi último viaje a Kenia una visita a Ol Pejeta con la intención de ver a los dos últimos ejemplares de rinocerontes blancos de norte (Ceratotherium simum cottoni) que quedan en el mundo. Se trata de Najin, nacida en 1989 y de su hija Fatu, que vino al mundo en 2000.
Esta subespecie vivía en países asolados por las guerras como Uganda, Chad, Sudán del sur, República Centroafricana o República Democrática del Congo. Por si fuera poco, el auge del furtivismo durante el último cuarto del siglo XX, terminó con las esperanzas de recuperarlos, hasta el punto de que apenas un puñado de ejemplares sobrevivieron en algunos zoológicos. Desde 2011 se les considera extintos en libertad.
En el año 2000 quedaban seis ejemplares en el Zoológico de Dvůr Králové en la República Checa. Cuatro de ellos, dos machos y dos hembras, fueron trasladados a finales de 2009 a Ol Pejeta con la esperanza de que su entorno natural les animara a procrear. Por desgracia, todos los intentos fueron fallidos, y algunos años después, en 2015, se confirmó que ninguna de las dos hembras podría ser madre.
Por si fuera poco, Suni, uno de los machos, había fallecido en 2014 debido a un ataque al corazón cuando contaba con 34 años. El otro macho, Sudán, tuvo que ser sacrificado en 2018, a los 45 años, a causa de los dolores causados por una infección en una de sus patas,
La historia es larga, por lo que he decidido hacer una entrada doble. Aquí me centro en nuestra visita, mientras que en El corazón del escorpión os cuento otras cosas, como qué se está haciendo para recuperar la subespecie. En esta ocasión, he usado alguna foto de mis amigas entre las mías.
Amaneció un día parcialmente soleado tras las lluvias de la tarde anterior. Estamos en septiembre y es temporada seca, pero los efectos de El Niño lo han trastocado todo y llueve más de lo que nos gustaría. Habíamos pernoctado en Mutara, por lo que solo teníamos que atravesar la pista de tierra para adentrarnos en la reserva privada de Ol Pejeta.
Al principio me asustaron, porque estos rinocerontes están en un recinto especial fuertemente protegido y vigilado, con un número de entradas diarias limitado. Me temía lo peor, que después de haber viajado hasta aquí no pudiésemos verlos, pero solo tuvimos que esperar a que otros turistas terminaran su visita para acceder nosotros.
Estuvimos solos, sin límites de tiempo y hasta pudimos tocarlos ya que están habituados a la presencia de sus cuidadores. Eso sí, sin bajarnos del vehículo, por lo que algunas fotos las hicieron ellos desde el suelo.
Hay que pagar una entrada adicional de 70 dólares, pero a mí me mereció mucho la pena. Siempre digo que dentro de unos años se me habrá olvidado cuánto costó, pero el recuerdo pervive ya para siempre.
Habíamos visto muchos rinocerontes blancos durante el viaje, y distinguir una subespecie de otra no es fácil. Milton nos dio algunas pistas: tienen las patas más cortas, más pelo en las orejas, una cola más larga y su piel forma más arrugas.
En realidad hay un tercer rinoceronte blanco en el recinto, una amiga para Fatu con el objetivo de que se adapten mejor a la vida africana después de que madre e hija hayan nacido en cautiverio. Tuvieron que serrarles parcialmente los cuernos porque por lo visto se zurraban entre ellas.
Poder verlas tan de cerca fue un auténtico privilegio, una experiencia que no me importaría repetir. Habrá quien diga que solo son dos rinocerontes más, pero a mí me emociona saber que son las últimas de su clase que quedan en el mundo.