Como ya sabéis los habituales, en noviembre de 2013 pasamos varios días en el Parque Nacional chileno de Torres del Paine. Hicimos todo tipo de excursiones, caminamos y recorrimos parte del parque en todoterreno, tuvimos sol, poco, lluvia y muchas nubes. Una de las tardes la dedicamos a una actividad diferente: visitamos una estancia ganadera, donde nos explicaron cómo se esquilan a las ovejas, animales que encontrábamos cada dos por tres junto a las pistas de tierra.
Unos caminos que atraviesan como pueden un paisaje agreste como pocos, donde el viento se lleva los árboles y las montañas semejan barreras infranqueables.
La fauna está lejos y hacer fotos desde un coche en marcha nunca es fácil.
Las pistas discurren junto a ríos desbocados mientras en el horizonte se recortan cimas más altas con nieves perpetuas.
En medio de la nada se alza un edificio de aspecto algo precario. Es una de las estancias y lo visitamos por dentro. Parece confortable, pero imagino que la vida aquí debe ser cualquier cosa menos fácil.
Dentro de la casa hay un poco de todo, huesos fosilizados de dinosaurios, boleadoras y fósiles diversos, de cuando estas tierras estaban sumergidas. Es una colección curiosa.
Fuera de la casa encontramos un potro que, desconfiado, nos da la espalda. Mala cosa, nunca hay que pasar por detrás de un equino, pero enseguida se hace amigo nuestro, porque está solo, aburrido y necesitado de compañía. Cuando subimos al todoterreno trota a nuestro lado, aceleramos para dejarlo atrás y galopa tan cerca del vehículo que nos da miedo que pueda hacerse daño. Corre más rápido de lo que esperábamos. Nos detenemos y el animal parece comprender que nuestros caminos han de separarse por mucho que deseáramos llevárnoslo a casa. Es un momento triste.
Continuamos recorriendo esta zona, admirando un paisaje precioso y espectacular, bajo un cielo que lo mismo se nubla que deja salir el sol. Es inevitable sentirse pequeño ante tanta inmensidad. Este es, sin duda uno de esos muchos fines del mundo que hay repartidos por nuestro planeta.
Llegamos a un cortado en el que anidan los cóndores. Es fácil descubrirlos por las manchas blancas de sus deposiciones, pero están demasiado lejos como para hacerles una foto decente con mi 300 mm.
La forma de las montañas sigue fascinándome. Parecen hechas por el hombre, en vez de por la Naturaleza.
Desde el todoterreno, sin detenernos, vemos un grupo de caballos salvajes. Huidos de las estancias, corren ahora en libertad.
Pero vamos mal de tiempo, y por desgracia toca volver.
Eso sí, de camino al hotel tenemos estas vistas del macizo del parque de Torres del Paine.
Y al llegar al hotel es inevitable seguir haciendo fotos desde nuestra habitación, aprovechando el gran ventanal que cubre una de sus paredes. Da la sensación de estar fuera, pero con la comodidad de una buena calefacción.
La última foto es nocturna, y con ella cerramos esta estupenda excursión por la Patagonia chilena.