La mayoría de los turistas son llevados a todo correr de un templo a otro por la zona de Angkor, deteniéndose en los importantes e ignorando los demás, pues es imposible verlos todos. Nosotros fuimos tan despacio como pudimos, con el objetivo de visitar el mayor número de ellos. Contar con un guía local, que además de hablar un perfecto español, se conocía la zona al dedillo, nos ayudó mucho.
Preah Palilay es un templo budista que se encuentra al norte del Palacio real, a unos 400 metros desde el templo de Phimeanakas, dentro del recinto denominado Angkor Thom. Se accede a pie, atravesando un bosque de ceibas frondosas y altas que nos refrescan un poco.
Según leo en la Wikipedia, que ha copiado palabra por palabra el libro de Maurice Glaize, es complicado datar unos edificios que algunos adscriben al reinado de Jayavarman VIII mientras otros creen que fueron construidos a lo largo de varios siglos. Concretamente, el santuario central sería del XII y habría alguna gopura del XIII o incluso del XIV. Ello se debe al hecho de que haya vestigios hindúes y budistas, al tiempo que faltan estelas que aclaren su origen.
Leyendo el libro da la impresión de que estuviera entonces en mejores condiciones de como lo encontramos nosotros tras recorrer los 33 metros que van desde la entrada principal hasta el santuario. Mide 30 metros de largo y 8.5 de ancho, formando una cruz, con siete balaustradas y sus correspondientes nagas. De los dos leones que lo guardaban solo queda uno. La estatua de Buda es de un periodo posterior.
Una muralla de laterita delimita un cuadrado de unos 50 metros de lado. El conjunto fue restaurado por M. Glaize en 1937-1938 y su mayor interés reside en las escenas budistas que encontramos grabadas en los frontales.
El nombre parece derivar de Parilyyaka, el bosque al que se retiró Buda después de dejar Kosambi.
Es una pena que, a pesar de la restauración de principios del siglo pasado, que fue muy limitada, el estado actual del templo sea tan ruinoso que impida apreciar bien los detalles. Por otro lado, es un fiel testigo del paso del tiempo y del poder de la naturaleza que lo rodea.
Algunas esculturas han sido retiradas para su mejor conservación, mientras que otras andan repartidas por el suelo, rodeando el edificio.
Pero el estado de ruina no debe deteneros, antes bien, este es uno de esos sitios en los que uno puede sentirse un intrépido explorador mientras tiene la civilización, y las hordas de turistas, a un centenar de metros.