Estamos en el norte de Islandia, en una región llamada Norduland Eystra que se encuentra muy alejada de ese Círculo Dorado en el que se concentran la mayoría de los turistas.
A lo largo de las últimas jornadas, conforme íbamos más y más hacia el este, habíamos advertido que cada vez estábamos más solos, hasta el punto de conducir durante varios kilómetros sin cruzarnos con nadie. Puede decirse que veíamos más caballos, ovejas y aves que personas.
Pero claro, hay lugares que son como un imán, no solo para los que hemos alquilado un vehículo, sino también para los que viajan en autocar en grupos organizados. A ellos hay que sumar las furgonetas que trasladan a los que arriban en crucero a algún puerto cercano, en este caso Akureyri.
La cascada de Godafoss es uno de esos sitios. Allí descubres que la isla no es tuya. La magia se rompe y la realidad te golpea, no tanto por tener que compartir un paisaje que es de todos, como porque la vulgaridad y la chabacanería hacen acto de aparición.
Si hasta entonces todos nos habíamos turnado educadamente para hacer nuestras fotos, aquí te encuentras con quien te empuja sin miramientos y se cuela literalmente en el encuadre. Para colmo eran españoles. El silencio desaparece, ahuyentado por los gritos y las risotadas.
Aunque lo que de verdad te apetece es volver al coche y largarte lo más lejos posible de esta marabunta descontrolada, tenemos que aprovechar como podamos la visita, maravillándonos con este río, el Skjalfandafljot, que corre deprisa y cae en una serie de cascadas, la mayor de las cuales tiene doce metros de alto y treinta de ancho.
Hay dos aparcamientos, de los que parten sendos senderos, y conviene ver los dos. La distancia es corta, y cada uno remonta una orilla. También recomiendo bajar los escalones para acercarse al borde del agua y disfrutar de otro punto de vista.
La llaman la Cascada de los dioses porque según las sagas islandesas fue aquí donde un líder vikingo, Porgeir Ljósvetningagodi, arrojó los iconos paganos durante la cristianización de Islandia en torno al año 1.000.
Por fortuna, una vez que abandonas estos lugares tan solicitados, regresa la ansiada tranquilidad. De nuevo compartimos recorrido con gente educada y respetuosa, de gustos más parecidos a los nuestros. Personas que acompañan sin molestar.
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