Hace unos días, os había dejado con la arquitectura de esta ciudad, de modo que hoy nos centramos en la tumba de Salim Chishi, que es la que atrae a las multitudes. Si en las otras fotos apenas había gente, era porque todos estaban aquí.
La tumba está revestida de mármol blanco y es de una sola planta, construida alrededor de una cámara cuadrada central en la que se encuentra el santo sufí (1478-1572).
Está rodeada por un pasadizo cuyas paredes de piedra están perforadas, formando diseños geométricos, y en ellos se agolpan peregrinos y demás visitantes en lo que considero una trampa para turistas de primer orden. Siendo tan importante para la cultura local, es un lugar que conviene ver, pero no me encontré tan cómodo como en otros lugares de la India.
Se supone que la grandeza de estos edificios, con su recargada decoración, deberían trasladarnos a la era mogol, con sus tapices de oro, sus cortinas y ricas alfombras, pero había tanta gente que en lugar de disfrutarlo me causó rechazo.
Los peregrinos van a lo suyo, a rendir homenaje al santo sin prestar atención al turista, pero te sientes inmerso en un río de gente que te lleva sin remedio, sin entender del todo lo que pasa.
Fue la falta de agua la que motivó el abandono de la ciudad al tiempo que la corte se trasladaba a Lahore, pero en la actualidad es una localidad de apenas 30.000 habitantes que en cambio recibe masas de gente.
Se recomienda visitar el lugar con calma, preferiblemente al amanecer o al ocaso, cuando la luz del sol incide en las piedras y es más bonita, pero para nosotros fue una parada un tanto apresurada en la mitad del día, durante nuestro camino a Agra.