Las fotos no son buenas porque todavía tengo que aprender a hacerlas con poca luz, pero espero que os hagáis una idea de cómo era esta ciudad por la noche en comparación con lo que os he mostrado en otras entradas que encontráis en el precedente de este blog, Más extraño que la ficción. Ahora los farolillos de colores ya están encendidos.
Las calles que estaban medio vacías durante el día se han llenado de gente que pasea, compra o vende, aprovechando que la temperatura es más suave y agradable. Los cafés y terrazas rebosan y hay mucha animación.
Los vendedores preguntan, pero no son tan pesados como en otros sitios. Una negativa y se van. Por todas partes venden barcas de papel con velas encendidas. Deseos, plegarias que navegarán río abajo hasta apagarse o hundirse.
Es pronto para cenar y nos sentamos en una de las terrazas a tomar una cerveza. Junto a la carta hay un aviso en varios idiomas. Se ruega a los turistas que no compren cosas a los niños, y que tampoco les den dinero, ya que el gobierno intenta erradicar la práctica de utilizarles para la mendicidad. Bravo por los vietnamitas, es algo que apruebo.
Porque este es el momento más duro del viaje, algo que pasa cuando se visitan ciertos lugares aún en vías de desarrollo. Allí estamos nosotros, sentados en una terraza con el bolsillo repleto de dólares y una cerveza en la mano mientras justo enfrente nuestra, una niña de unos ocho años vende barcas de papel con velas junto a su madre.
Sonríe, salta, va y viene entre los turistas, se hace fotos con ellos e incluso consigue vender alguna. Un dólar es mucho para ella; nada para mí, pero me quedo quieto porque sé que no le haría ningún bien, estoy de acuerdo con lo que dice el cartel y creo que hay mejores formas de ayudarles. Eso no quita que sea muy difícil o que lo pases mal.
Dicho sea de paso, no vimos pobreza extrema en Vietnam. Con mayor o menor holgura, parece que el giro que dieron hacia la economía de mercado, les está trayendo prosperidad. No es que naden en la abundancia, seamos realistas, pero tampoco carecen de los bienes de primera necesidad.
Las calles de esta ciudad rezuman actividad, las tiendas están abiertas y hay un poco de todo, desde trajes hechos a medida en pocas horas y sospechosamente baratos, hasta otro tipo de ropa que es más cara que en Europa.
Como no soy de hacer compras, me fijo más en los bares donde sirven copas de vino de varias partes del mundo y en los restaurantes.
No en vano, la comida vietnamita es una de mis favoritas.