Nuestro primer día en Islandia amaneció con sol y nubes, lo que teniendo en cuenta cómo llovía al aterrizar el día anterior, fue una gran suerte. Alquilamos el coche, pasamos por un supermercado y pusimos rumbo a Thingvellir, primera parada de lo que sería una jornada cargada de actividades.
El paisaje en Islandia es muy diferente al que podemos encontrar en la Europa continental y ya de camino nos deteníamos para admirar la inmensa extensión de lava, salpicada por pequeños lagos e interrumpida tan solo por algunos cursos de agua.
El Parque Nacional de Thingvellir, creado en 1928, se encuentra a unos 45 km de la capital, dentro de una ruta turística conocida como el Círculo Dorado que atrae a cantidad de viajeros.
Aquí mismo, bajo nuestros pies, se encuentra la gran falla que año a año, separa las placas tectónicas europea y norteamericana, rompiendo la isla en dos, modificando el paisaje con un ritmo lento pero constante. Impresiona caminar entre esas paredes que en algunos lugares se elevan más de treinta metros, sabiendo que algún día, todavía lejano, el mar lo invadirá todo formando un estrecho.
La dorsal atlántica se hace visible y nos muestra todo su poder. Me habría gustado sumergirme y tocar un continente con cada mano, como he visto en algunos documentales, pero, por desgracia, no teníamos las tres o cuatro horas libres que se requieren. Una vez más, la falta de tiempo me obliga a sacrificar / posponer mis sueños.
Unas pasarelas de madera nos ayudan a salvar los cursos de agua para alcanzar los edificios históricos que hay al otro lado. No en vano, nos encontramos en uno de los lugares más importantes en la historia de Islandia. De hecho, Thingvellir significa explanada de la asamblea, pues aquí se reunía el parlamento, fundado en 930.
La independencia de Islandia fue proclamada en este lugar el 17 de junio de 1944 y el parque aloja asimismo la residencia de verano del Primer Ministro de Islandia. (Wikipedia)
La verdad es que llegar hasta aquí para tener que recorrerlo todo en apenas unas horas es un pecado, y de los gordos. Regresamos al coche y condujimos los escasos kilómetros que nos separan de otro lugar interesante, la cascada de Öxarárfoss.
Comparado con otros, el río que la alimenta no es muy grande, pero el lugar es bonito (lo sería aún más si no hubiese tanta gente) y bien merece una visita. Las aguas bajan prestas hasta alcanzar el lago de Thingvallavatn, que con sus 83 km2 es el más grande del país.
Como digo, la aventura solo estaba comenzando.